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Por una convivencia saneada

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Basta hacer un recuento de las tensiones lejanas que nos rodean y que tienen nombres concretos (Siria, Chile, Bolivia, Colombia, Venezuela, Nicaragua, Cataluña…) y de las cercanas que tienen nombres concretos también (enfrentamientos entre colegios, colegiales…) para concluir que algo hay que hacer para mejorar nuestra convivencia. ¿Qué hacer cuando dos personas, dos grupos, dos instituciones están enfrentados y no logran reconciliarse? Hay una antigua enseñanza bíblica que podemos denominar “el método rîb”. La palabra “rîb” en hebreo significa acusar. Según este método, el acusador confronta al acusado con el objetivo de restablecer la relación lesionada. El objetivo no es echar la culpa al otro o demostrar la propia inocencia. Lo que se busca es caer en la cuenta de que el mal siempre genera mal. El método propicia un curioso diálogo a dos entre el ofendido y el ofensor, o entre el acusado y el acusador. Aquí, el verbo acusar o el sustantivo acusador  no tienen un significado negativo. El acusador no condena al acusado porque en el método rîb no se pretende realizar un juicio en sentido estricto. La base es siempre el amor a la otra persona. Cuando acusamos con amor, es más fácil perdonar La confrontación tiene como objetivo usar todos los medios posibles para convencer al transgresor de que admita responsable y libremente su error, a fin de buscar la reconciliación y la paz auténticas.
 
Para muchas personas es casi imposible practicar esta confrontación amorosa, este diálogo sanador. Les produce inseguridad y miedo y el punto de partida son los prejuicios.  Sin embargo, hay un punto de partida imprescindible para solucionar estos conflictos de convivencia: purificar nuestros puntos de vista, siempre contaminados por emociones intensas y por deseos de una revancha que consideramos justa y necesaria. Sólo desde aquí, el acusador puede ayudar al acusado a caer en la cuenta de su actuación negativa, pero siempre en vistas a la reconciliación, nunca a la humillación y menos a la venganza
 
Muchas cosas podrían cambiar en la vida colegial y en el entorno de ocio de la vida universitaria, pero también en la familiar y social, si, en vez de arrojarnos piedras unos a otros, aprendiéramos a sentarnos en torno a una mesa y tuviéramos el valor de acusar a la otra persona; es decir, de ayudarle a caer en la cuenta del mal que ha producido, sin buscar falsas escapatorias. Cuando esto se hace desde la prepotencia y orgullo, engendra un abismo mayor. Cuando se hace desde un auténtico deseo de reconciliación, abre un camino de futuro. A la vista de algunos enfrentamientos vividos en las últimas semanas, me pregunto qué pasaría si las partes afectadas practicaran este método rîb. Es muy posible que se generara otro clima, que el diálogo de sordos se convirtiera en un deseo auténtico de buscar lo mejor para las personas, más allá de prejuicios, sueños y quimeras. Por eso, permitidme, que ahora que se acerca el tiempo de los brindis y los buenos deseos, que brinde por una convivencia más saneada dentro de nuestro mayor y fuera de nuestro mayor.
 
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