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Entre el temor y la esperanza

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Ahí se mueven los chicos a los que estos días estamos entrevistando en el Colegio Mayor. Están a punto de hacer el mayor cambio que hagan en toda su vida. Los que vengan después, cuando terminen de estudiar y comiencen a trabajar, cuando se casen, cuando vengan los hijos, cuando cambien de trabajo, cuando lleguen los nietos... todos ellos serán menos caóticos, menos radicales, menos revolucionarios, que el que están a punto de vivir.

Tienen 17 años, a punto de cumplir 18. Han vivido siempre arropados por su familia. En su pueblo o pequeña ciudad. Con los amigos de siempre. Con los profesores de siempre. En el colegio o instituto de siempre. Las calles, la geografía del lugar, forman parte de su misma geografía vital.

Ciertamente han viajado. Han ido de vacaciones con sus padres. Muchos han estado en el extranjero. De vacaciones con sus padres o en cursos de verano estudiando inglés. Pero en todos esos casos, la salida no eran tan radical como la que van a hacer ahora.

Ahora, estos chicos se van de casa. Así dicho suena rotundo. Pero es verdad. De repente, su casa, la casa de sus padres, deja de ser la base desde la que se parte y siempre se vuelve para convertirse en el lugar donde se va algunos fines de semana o en las vacaciones de verano. Ahora la base va a ser Madrid. Primero el Colegio Mayor. Luego, en unos años, el piso alquilado desde el que se terminarán los estudios y desde el que se empezará a salir por las mañanas al trabajo recién encontrado.

Ese cambio supone dejar atrás prácticamente todo lo que tiene y es la persona. La familia, los amigos, las calles conocidas constituyen la estructura sobre la que se aguanta la persona. Todo se cae. Todo queda atrás cuando se hace este viaje hacia el Colegio Mayor, hacia la Universidad, hacia la gran ciudad. Todas las estructuras de apoyo desaparecen. Queda el contacto telefónico y el sustento económico pero poco más.

La persona se tiene que reconstruir casi desde cero. De entre los materiales derruidos de la vida anterior tendrá que saber escoger los que le sirven para su nueva vida. Otros tendrán que ser desechados. Ese cambio lo tendrá que hacer asumiendo una libertad y una responsabilidad de la que antes carecía. No siempre se acierta a la primera. Pero la mayoría salen adelante en el primer año.

Los demás no podemos quedarnos de observadores. Pero tampoco podemos intentar hacerles el trabajo. Sería inútil. Hay que acompañar, apoyar, corregir, sugerir... hasta que el joven vaya dando sus pasos, sus propios pasos, asumiendo sus errores y renunciando a hacer lo imposible: volver atrás. Adelante tienen lo mejor de su vida. El camino puede tener sus dificultades. Pero la mayor gratificación, para sí y para su familia, se produce cuando el joven se da cuenta de que, aunque con limitaciones, se va haciendo el dueño de su destino. Ese y no otro es el objetivo de esta etapa tan importante de su vida. Ese es el desafío que se plantea en estos años de Colegio Mayor.

P. Fernando Torres Pérez cmf

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